Dedico este poema a todos los que, obligados por diversas
circunstancias, tuvimos que abandonar nuestro pueblo, nuestra ciudad, nuestra
vida, nuestra gente, nuestra hermosa tierra…
A los que regresaron y a los que no pudieron nunca regresar...
Y CERRÉ LA PUERTA
Y cerré la puerta…
Y en un bolsillo,
silenciosamente,
deslicé la llave…
Y en el otro, un reguero gris
de lágrimas amargas.
Como aquellos judíos
expulsados de Toledo,
me llevé la llave.
Aquella llave hermosa,
aquella llave grande,
de las que ya no existen,
de las que ya no abren
ni el refugio, ni el hogar,
ni la cálida morada.
Quedó desierta la casa
fría, inerte, silenciosa…
Y en el hermoso balcón
una flor abandonada.
Con agrio desasosiego
corrí senderos ajenos
y sin volver la mirada
perseguí la incertidumbre.
Emprendí un camino largo
arrastrando la nostalgia
con su peso en el bolsillo
y el alma desconsolada.
En mi hatillo de recuerdos
me llevaba…
las vidas que se vivieron,
los sonidos, los colores,
los aromas de la tierra,
la alegría de mi infancia.
……………………………
(El tiempo, inclemente, pasa.
Recuerdo y olvido arrastra.)
…………………………..
Desandaré los caminos
desterrando la añoranza.
Y con la mirada nueva,
entre los pliegues del sueño,
confinaré mis temores
y atraparé mis recuerdos.
Y con la llave del alma…
regresaré a mi pasado
hacia el caer de la tarde.
María Prieto Sánchez
Octubre 2018