lunes, 30 de julio de 2018

"RETAZOS DE VERANO" EN LA ANTILLA (HUELVA)


  RETAZOS DE VERANO


Porque amo las soledades de arena de las playas atlánticas en las cálidas tardes de verano.


Y en ellas busco refugio, anhelando su intensa luz y esa paz oceánica, sonora y tangible que irradian. Blanca paz que a veces me abandona…


Y adoro la línea azul de su inmenso horizonte, lejana y rectilínea, como un espejismo inexistente. A veces nítida, a veces envuelta en manto gris de brumas. Esa línea recta e infinita cuajada de rizos blancos de espuma que arremolina la brisa…


Y envidio la libertad del viento que estremece mi pelo y arrastra mis negros pensamientos devolviéndome el perdido sosiego...
 


Y siento el vuelo circular de las gaviotas planeando libres sobre mis sueños vespertinos que dibujan inútilmente castillos en el aire, trocándose después en  infantiles y efímeros castillos de arena abandonados a merced de las mareas…


Y amo tumbarme en sus arenas solitariamente ajena, mirando la vida horizontal, a ras de un suelo inestable y movedizo que se enciende con el ardor del inclemente sol del mediodía. Poderoso sol que reverbera en la irregular superficie de mi cuerpo y en los granos de esa arena adheridos furiosamente a ella, dorándome la piel y haciéndome sentir que sigo viva…


Y sumergirme de pronto en la frescura del agua…Y esa sal cristalizando en el borde de mis labios y penetrando, audaz, por los poros de mi piel...



Y me fascina caminar sosegada por la orilla hacia ninguna parte, acunándose mis pies con el eterno ir y venir de las olas que los lamen y acarician suavemente dejando en la fina arena de la bajamar un rastro de huellas profundas, pero fugaces como la misma vida…


Y camino persiguiendo mi sombra, cada vez más alargada con el caer de la tarde, entre el agua fría y transparente y el albo nácar de las conchas que crujen bajo mis pies. Acompasar mis pasos a ese ritmo sonoro, cadencioso, continuo y ancestral de las olas y mareas estrellándose, incansables, contra las rocas...


Y me gusta permanecer inmóvil en la orilla y sentir cómo te atrapa y te hunde poco a poco, cual trampa líquida y mortal. Y presentir el peligro de dejarte arrastrar hacia el abismo…


Y soy más libre mientras tanto, quedándome rendida ante ese dios, el Sol majestuoso del atardecer, que platea la superficie marina derramando destellos de millares de espejuelos que te deslumbran insolentes. Y observar cómo penetra, envuelto en llamas anaranjadas, suavemente, en esa inmensa y profunda balsa de cristal del gran océano...




Y vuelvo sobre mis pasos…
Y soy más yo…dejando en la arena mis recuerdos…


¿Qué tendrá el mar…?

Texto y fotos:
María Prieto Sánchez

La Antilla (Huelva) Julio 2018

lunes, 23 de julio de 2018

"EL VIEJO CASERÓN"

Siempre me atrajeron esos grandes caserones de nuestros pueblos, que un día estuvieron llenos de vida y ahora permanecen cerrados o casi deshabitados y llenos de añejos recuerdos. Este poema se lo compuse a uno muy especial para mí, situado en el bello pueblecito de El Castaño del Robledo, en el corazón de la Sierra de Aracena (Huelva).

 


EL VIEJO CASERÓN

A la plaza desierta
con las luces de otoño,
entre hojas caídas,
(nostalgia de otros tiempos)
se asoma silencioso
el viejo caserón.

La yedra cubre el muro,
ya blanco desvaído,
con un reguero verde
que la lluvia  pintó.
Y, con melancolía,
un chorro transparente
se desliza despacio,
monótona letanía
del triste canalón.


No suenan en el patio
las voces y las risas.
Entre los bellos arcos
una parra dormita.
Y en el naranjo enorme,
ahora abandonado,
se escucha solo el canto
de un viejo gorrión.

Señorial y solemne,
ejerce de guardián
un oscuro ciprés,
y bajo la palmera
la antigua mecedora
prosigue su vaivén.
Entre rosas salvajes,
parterres derruidos,
el viento de la tarde
entona su canción.


Los ocres y rojizos
de pinturas murales
(orgullosa fachada
de los tiempos dorados)
hoy lucen decadentes.
El frío de los años
borrosos los dejó.
Con un quejido amargo
de madera cansada
chirría  escandaloso
el recio portalón.

Foto: Javier Guisasola

Perfume de añoranza
de otras vidas vividas.
Atrás quedaron sueños
de la infancia perdida.
Ya no suena en la casa,
(monocorde cadencia)
el tic tac del reloj.
Quedaron los recuerdos
en antiguos baúles.
En el zaguán, los pasos
ligeros o cansinos
y en el hogar, cenizas
que el pasado apagó.

Foto: Javier Guisasola
Las sombras se derraman
sobre el patio dormido
y, sigilosamente,
un gris rayo de luna
se posa en un balcón.


Texto y fotos:
María Prieto Sánchez.
Noviembre 2017.