RETAZOS DE VERANO
Porque amo las soledades de arena de las
playas atlánticas en las cálidas tardes de verano.
Y en ellas busco refugio, anhelando su
intensa luz y esa paz oceánica, sonora y tangible que irradian. Blanca paz que
a veces me abandona…
Y adoro la línea azul de su inmenso horizonte,
lejana y rectilínea, como un espejismo inexistente. A veces nítida, a veces
envuelta en manto gris de brumas. Esa línea recta e infinita cuajada de rizos
blancos de espuma que arremolina la brisa…
Y envidio la libertad del viento que
estremece mi pelo y arrastra mis negros pensamientos devolviéndome el perdido
sosiego...
Y siento el vuelo circular de las gaviotas
planeando libres sobre mis sueños vespertinos que dibujan inútilmente castillos
en el aire, trocándose después en
infantiles y efímeros castillos de arena abandonados a merced de las
mareas…
Y amo tumbarme en sus arenas solitariamente
ajena, mirando la vida horizontal, a ras de un suelo inestable y movedizo que
se enciende con el ardor del inclemente sol del mediodía. Poderoso sol que
reverbera en la irregular superficie de mi cuerpo y en los granos de esa arena
adheridos furiosamente a ella, dorándome la piel y haciéndome sentir que sigo
viva…
Y sumergirme de pronto en la frescura del
agua…Y esa sal cristalizando en el borde de mis labios y penetrando, audaz, por
los poros de mi piel...
Y me fascina caminar sosegada por la orilla
hacia ninguna parte, acunándose mis pies con el eterno ir y venir de las olas
que los lamen y acarician suavemente dejando en la fina arena de la bajamar un
rastro de huellas profundas, pero fugaces como la misma vida…
Y camino persiguiendo mi sombra, cada vez
más alargada con el caer de la tarde, entre el agua fría y transparente y el
albo nácar de las conchas que crujen bajo mis pies. Acompasar mis pasos a ese
ritmo sonoro, cadencioso, continuo y ancestral de las olas y mareas
estrellándose, incansables, contra las rocas...
Y me gusta permanecer inmóvil en la orilla
y sentir cómo te atrapa y te hunde poco a poco, cual trampa líquida y mortal. Y
presentir el peligro de dejarte arrastrar hacia el abismo…
Y soy más libre mientras tanto, quedándome
rendida ante ese dios, el Sol majestuoso del atardecer, que platea la
superficie marina derramando destellos de millares de espejuelos que te deslumbran
insolentes. Y observar cómo penetra, envuelto en llamas anaranjadas, suavemente,
en esa inmensa y profunda balsa de cristal del gran océano...
Y vuelvo sobre mis pasos…
Y soy más yo…dejando en la arena mis recuerdos…
Y soy más yo…dejando en la arena mis recuerdos…
¿Qué tendrá el mar…?
Texto y fotos:
María Prieto Sánchez
La Antilla (Huelva) Julio 2018