EL VIEJO CASERÓN
A la plaza
desierta
con las luces de
otoño,
entre hojas caídas,
(nostalgia de
otros tiempos)
se asoma
silencioso
el viejo caserón.
La yedra cubre el
muro,
ya blanco desvaído,
con un reguero
verde
que la lluvia pintó.
Y, con melancolía,
un chorro
transparente
se desliza
despacio,
monótona letanía
del triste canalón.
No suenan en el
patio
las voces y las
risas.
Entre los bellos arcos
una parra dormita.
Y en el naranjo enorme,
ahora abandonado,
se escucha solo el
canto
de un viejo
gorrión.
Señorial y
solemne,
ejerce de guardián
un oscuro ciprés,
y bajo la palmera
la antigua mecedora
prosigue su
vaivén.
Entre rosas
salvajes,
parterres derruidos,
el viento de la
tarde
entona su canción.
Los ocres y
rojizos
de pinturas
murales
(orgullosa fachada
de los tiempos
dorados)
hoy lucen
decadentes.
El frío de los
años
borrosos los dejó.
Con un quejido
amargo
de madera cansada
chirría escandaloso
el recio portalón.
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Foto: Javier Guisasola |
Perfume de
añoranza
de otras vidas
vividas.
Atrás quedaron
sueños
de la infancia
perdida.
Ya no suena en la
casa,
(monocorde
cadencia)
el tic tac del
reloj.
Quedaron los
recuerdos
en antiguos baúles.
En el zaguán, los
pasos
ligeros o cansinos
y en el hogar,
cenizas
que el pasado apagó.
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Foto: Javier Guisasola |
Las sombras se
derraman
sobre el patio dormido
y, sigilosamente,
un gris rayo de
luna
se posa en un balcón.
Texto y fotos:
María Prieto Sánchez.
Noviembre 2017.
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