lunes, 18 de febrero de 2019

"ESAS VIEJAS PUERTAS..."

Casa de Valdelarco. Huelva
 ESAS VIEJAS PUERTAS…

Esas viejas puertas que siempre me atrajeron, vetustas puertas que acumulan la magia y los secretos de tantos y tantos años…Siluetas desvencijadas y decrépitas exhalando siempre un silencio solemne, grave y decadente en la fachada desnuda de alguna calle empedrada de algún pueblo cualquiera, de una calle verdosa y solitaria. Resistiendo el paso inclemente de los tiempos, de los días, de las noches, de veranos y de inviernos… con su madera raída por las lluvias y maltratada por vientos que hacen vibrar lúgubremente un postigo al que ya no asoma nadie...Humedades, claroscuros de madera apolillada. Con la verdina invadiendo sus entrañas, enturbiando la blancura de la cal donde se enmarca, con su tinte persistente, desluciendo  su pureza inmaculada.

¡Cuántos pasos hoyaron el umbral a lo largo de la vida de la casa! Esa curva del umbral tan sinuosa y desgastada con la pesada carga del tiempo. Pasos lentos, pasos ágiles, vacilantes pasos infantiles…el cansino caminar que arrastra un cuerpo devastado… 

En su cerradura, corroída por la herrumbre del tiempo, ya no suena el chasquido metálico de la llave; aquella llave hermosa, aquella llave grande de las que ya no existen y quedaron atrás en el recuerdo.
¡Cuántos sueños asomados al postigo de la calle! Ilusiones y proyectos albergados bajo su techo y que ahora oprimen sus estancias huecas  como cáscaras  vacías.

Siento la tentación de llamar muy quedamente y escuchar cómo retumba la callada soledad del interior…Y el eco…me trae silencios, atávicas voces que aguardan no sé qué. Voces roncas, voces agrias, dulces voces de nanas y canciones, voces limpias, infantiles; entre gritos de silencios y de risas, de sonoras y alegres carcajadas. Puedo oír los suspiros y los llantos, las palabras de amor que se entregaron y quedaron grabadas en la almohada. El crepitar de la lumbre (ya extinguida), el sonido entrecortado de una radio; el lamento y el quejido del viento en la enorme campana de la chimenea en las noches oscuras y ateridas del invierno.  

Y a través de sus rendijas me llegan por el aire sus fragancias; a humo de la candela, los aromas del café de la mañana… Los olores a maceta recién regada, a la frescura del barro de los cántaros, a pan caliente; al fresco aroma veraniego del jazmín que tapizaba el arco del hermoso pozo y, desde el patio, soplaba su perfume hacia la casa. Olores a puchero cociendo entre las brasas. Aroma a mandarinas y a naranjas amargas y aquel olor intenso a manzana que exhalaba la ropa blanca guardada en los cajones de la cómoda. 

Espacios que conservan sombras, rastros, silencios, sueños… hoy recubiertos con la pátina grisácea del polvo y del olvido. Testigos mudos del ocaso de nuestros viejos pueblos, algunos ya sin alma, sin destino, sin futuro…


Casa de Las Hurdes. Cáceres

Texto y fotos: María Prieto Sánchez
Febrero 2019

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