DOÑANA EN ABRIL
Amanece en la marisma.
Leve brisa se levanta
entre inmensidades verdes
agitando suavemente
las hermosas espadañas.
sobre las brumas humosas
de una apacible mañana.
Clareando, el alba blanca.
La primera luz del día
tímidamente se asoma
tras los lentiscos y eneas.
El sol ilumina el agua.
La vida vuelve a
fluir.
¡El eterno renacer
por los campos de Doñana!
De repente… ¡estruendo sordo!
¡Un bando levanta el vuelo!
Cien flamencos en el aire,
una acuarela de rosas
en el denso azul del cielo.
Castañuelas en los lucios.
Rosario de verde y agua.
Ánsares allá en los juncos
por la superficie clara.
Graznidos y crotoreos
entre carrizo y bayunco.
Sinfonías de la mañana.
Bandos de gansos silvestres
ocupan todo el espacio.
Garzas que levantan vuelo
y los patos malvasías
silbando un bello cortejo.
Paisaje de luz radiante,
griteríos y aleteos.
Por las dunas y corrales
se escucha el silbo del viento.
Sobre un pino retorcido,
superviviente de arena,
se posa un milano negro.
Retumba lejos un trueno,
tras las jaras, brama un ciervo.
Aromas que atrapa el viento.
Aromas que se enredan en el aire.
De jaguarzos y de brezos,
de tomillo y de cantuesos.
De los narcisos silvestres
del borde de los senderos.
Cabalgando contra el polvo
se oyen sordos golpeteos.
Una manada de yeguas,
largas las crines al aire,
trotan firmes, poderosas,
seguidas de los potrillos
buscando el abrevadero.
En los bajos
de la playa solitaria
retozan dos cervatillos
mientras sube la marea.
Agua y sol, sol y agua.
dunas inmensas de arena.
Junto a verdes matorrales
corre veloz una liebre.
Tras las rosadas adelfas,
la sombra de un lince
desaparece.
Huellas, rastros miles,
de pasos entrelazados.
En la blanca arena,
en la tierra del sendero,
en el barro removido
del borde de los esteros.
Por el aire transparente
suenan sones rocieros,
la gaita y el tamboril.
Las carretas sanluqueñas,
en su camino de vuelta,
dejan el alma en el coto
y en el polvo del carril…
¡Arena y viento
acorralan a los pinos!
¡Arena y viento!
Rubio amarillo en el suelo.
Lavanda, gladiolos, malvas
¡Arena y viento!
Azul de lirio en el cielo.
Bajo los pinos, helechos.
Calor suave de la tarde.
Frescor húmedo y brillante
en el bosque de ribera.
Destellos de sombra y luz.
Dos jabalíes sestean.
Mil cantos de ruiseñores
cubren la densa arboleda.
Los gamos sacian su sed
en el borde de los lucios.
Dorado sol en el agua
sonriendo entre los juncos.
Los vetustos alcornoques,
pajareras infinitas,
perchas henchidas de vida,
prestan cobijo y asilo
a espátulas y garcillas.
Y desde el alto ramaje,
un halcón peregrino de inmóvil silueta,
sobre el horizonte pasea su mirada
de ojos profundos, de ojos oscuros...
Sobre el alcornocal,
en círculos concéntricos,
planea majestuoso un águila imperial.
Migraciones,
aleteos en el cielo.
En ángulos, las bandadas
regresan al dormidero.
Cae la tarde por los cotos.
Arde el cielo hacia poniente.
Viento tranquilo y en calma.
Se duerme el sol en el agua
desparramando belleza
por las tierras de Doñana.
La marisma, plena de oro,
y a lo lejos…
con perfil resplandeciente
asoma una ermita blanca.
Las estrellas se derraman…
Ruido sordo, sigiloso, amortiguado
de la noche que dormita.
Ojos brillantes acechan
en la oscuridad sonora.
Croar de ranas, potrillos que maman,
ulular de búhos, grillos, chapoteos.
Por los acebuches maúlla un mochuelo.
Temblores de ramas,
de vida latente.
Vigilan lechuzas allá en el pinar
y la luna nueva camina despacio,
distante y ausente.
Otro día más…
repitiendo eterno
el ciclo de vida y el ciclo de muerte…
¡Hermosa Doñana!
¡Plenitud de vida!
¡Libre, salvaje, bravía!
Ruge el mar abierto en la lejanía…
María Prieto Sánchez
Mayo 2018
(Este poema se lo debía a Doñana. Es mi pequeño homenaje a este bellísimo espacio natural de Huelva que tengo tan cerca. Un mundo maravilloso el de este Parque Nacional, que hay que proteger, cuidar como un tesoro y defender de los peligros que lo acechan.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si te gustó, añade un comentario, por favor.