Foto: Alejandro Ávila Fernández |
UNA VENTANA SOLEADA
Una ventana soleada…
Y mi risa era rocío y flor de primavera.
Y mis ojos escrutaban el silencio
en la calma de los días infantiles
con mi cuerpo menudo
correteando callejuelas…
entre campos de dehesas.
Prendidas en el pelo,
algunas briznas de la hierba.
¿Te acuerdas, madre
de aquella encina centenaria?
Me gustaba deslizar los dedos
por el blando musgo de su inmenso tronco
que chorreaba de humedad
en las mañanas heladas del invierno.
¿Te acuerdas…
de aquel columpio que me hacías
en su rama más grande?
Se volteaba mi risa entre las hojas
diseminando la hojarasca.
Y el aire se mecía a mi compás…
y era tan limpio y frío, que me dolía al respirar.
¿Recuerdas el pequeño gorrión
que rescatamos
en el viejo huerto de la higuera grande?
Aún…siento su calidez
entre mis manos temblorosas.
Jugueteando en mi nariz,
el aroma a hierbabuena
rociada con las gotas cristalinas
de la acequia.
Me desperté de pronto…
Una lluvia persistente
iba mojando el pensamiento
al sol pálido y débil
en estos días deshabitados del invierno.
Abrí mis ojos…
ahora enredados en la hiedra del tiempo,
difuminados entre las volutas del humo del hogar
y los posos del recuerdo.
Volando…
entre los pájaros agoreros
desnudos y oscuros de los vientos.
Ahora,
tan solo quedan restos,
residuos,
reminiscencias…
y una ventana sombría sin cristal
con los aromas familiares de las prímulas ausentes.
(El aire implacable del olvido atraviesa su vano… libremente)
María Prieto
Noviembre 2020
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