"EL RINCÓN DE MI MEMORIA”
(En Higuera de Vargas, Badajoz. Cualquier invierno de los años sesenta)
UN DÍA DE MATANZA EXTREMEÑA
El
alba…Inesperadamente, un gallo canta en el corral sobre la leña apilada, otros
gallos responden roncamente desde lejos. Frío y gélido amanecer de enero. La
escarcha tapiza los tejados que se han vuelto blanquecinos y brillantes con las
primeras luces. Gruesos y duros carámbanos en los charcos. La calle, como una
sierpe, oscura y solitaria. Murmullos ininteligibles, susurros y ladridos a lo
lejos. Postigos que se abren o se cierran con un suave quejido de madera vieja.
Mi
casa poco a poco se va sacudiendo el sueño y la pereza de las mantas calientes
que cuesta trabajo abandonar. Aullido de viento en la inmensa y robusta campana
de la chimenea. Acurrucada aún en mi lecho, escucho el trajín de los mayores.
Voces cercanas, sonidos y olores familiares a los que se unen otros no tan
habituales. Los gruesos leños de encina, cortados por mi padre con esfuerzo y
sudor en la dehesa reposan, aún recubiertos del verdor blando y suave del musgo
invernal. El crujido de taramas al romperse en mil pedazos, el crepitar de la
candela ardiendo, el olor a humo que va impregnando poco a poco la casa; el
aroma del primer café que reconforta, las perrunillas doradas hechas en la
tahona para la Navidad pasada… Me levanto y, con ojos deslumbrados y
somnolientos aún, me arrimo a la lumbre acogedora que calienta mis manos.
Mi
padre, mi madre, ocupados en mil trajines, disponen los avíos de la
matanza…Poco a poco familiares, amigos y vecinos van acudiendo a la cita para
empezar la jornada. Voces graves, risas, metálicos sonidos de cuchillos
afilándose en la piedra, el aroma intenso y dulzón del aguardiente que calienta
el cuerpo y el alma…
Las enormes artesas de madera en el zaguán, el negro y ahumado caldero colgado de las llares manchadas del hollín de tantos años…Grandes fuentes de barro rebosantes de ajos castaños pelados en la víspera, el rojo y aromático pimentón de La Vera que vendían por las calles de Higuera los veratos de casacas grises y boina calada en la cabeza…
En
la calle, aún casi en tinieblas, la banca del sacrificio ya preparada. A su
lado la gran hoguera chisporrotea y alumbra alargando nuestras siluetas en la
fachada como sombras chinescas… Los roncos gruñidos de protesta de los
cerdos…El cielo se va aclarando lentamente por el camino del Caño…Las retamas y
las aulagas amontonadas esperan su turno. De pronto, un chillido agudo,
penetrante y casi sobrenatural perfora nuestros oídos y casi inmediatamente, el
barreño se inunda de rojos vapores humeantes que se mezclan con el vaho húmedo
de nuestra respiración, la mía expectante y contenida aún por el rito que acabo
de presenciar. El olor a chamusquina se extiende en vaharadas a lo largo de
toda la calle Zarza.
¡Ya
comenzó la ajetreada jornada! ¡La gran fiesta de los sentidos! Jadeos, los
cuchillos que rasgan, risas, los cánticos de matanza, el caldero con las migas,
verdes aceitunas machacadas y la carne entre las brasas. La máquina de picar,
las manos embadurnadas, el adobo grasiento y pegajoso en las artesas y los
suelos de rollos que resbalan. Gran puchero renegrido en la candela. El olor
del pimentón ya va impregnando la estancia. Las mujeres ya se afanan llenando
los embutidos entre chistes y jaranas. Antes, en el Alcarrache, las tripas muy
bien lavadas, las cigüeñas acompañan; mientras en los bullideros colgados de
las encinas, los niños nos columpiamos comiendo dulces naranjas.
De
los techos alambrados, imitando farolillos, cuelgan chorizos, morcones,
morcillas y salchichones que derraman una fina lluvia, pequeñas gotas de grasa.
Jamones en blanca sal y los lomos en manteca colorada…A mediodía, las coles
rellenan los azafates, corre el vino en las resecas gargantas…
Llovizna…Descanso… Conversaciones en calma, el coñac, la baraja con las cartas.
Travesuras infantiles, explosiones de bombillas que asustan a las vecinas en
casa. La tarde cae, el ánimo se sosiega y se van contando historias al amor de
la candela. El café con “mortachones”. ¡Más leña! En un rincón, ovillado,
nuestro gato ronronea.
Poco
a poco en los tejados la escarcha plateada de nuevo extiende su manto y una
ráfaga de viento suspira en la chimenea. La cena. Azafate de frijones. Olor a
clavo y especias, la gran fuente comunal con el oscuro caldillo descansa sobre
la mesa, gruesas rebanadas de pan blanco la rodean. Debajo de las enaguas, el
brasero va calentando las piernas. La gente ya se despide: “¡Condiós! ¡Salú pa
comerla!”
Me siento junto a mi abuela arrebujada en su
toca y el arrullo de sus voces alejándose nos produce una dulce duermevela… El
rito ya ha terminado… ¡Noche helada!... ¡Luna llena!
María Prieto
Sánchez
Diciembre 2015.
Diciembre 2015.
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